Jonathan Paúl Alvarez Torres
El árbol genealógico de los que migran siempre se parte en dos mitades: los que se fueron y los que se quedaron. Los que se quedan suelen ser los más viejos y los muy jóvenes… Los que se van suelen ser los niños más grandes y los adolescentes, siguiendo a los adultos de su familia que migraron antes.
Valeria Luiselli, Los niños perdidos
Hay países tan nuevos que deben su nombre no a mitologías arcanas, sino a líneas imaginarias. Aunque, bueno, todos los nombres son imaginarios, diría Wittgenstein. Otros países deben sus nombres a compuestos de la tabla periódica; pero no por eso dejan de ser imaginarios. Y unos tantos más deben sus nombres a casualidades que en realidad son causalidades que no alcanzamos a entender. Sin embargo, es mucho lo que ha pasado en el Mundo durante la corta existencia de esas ¿naciones?
Hubo dos guerras mundiales. Europa demostró no ser tan caritativo como se presentaba al dejar fuera de sus acuerdos limítrofes y de libre migración y economía a países como Turquía, donde nació lo que muchos llaman “cultura europea”.
Latinoamérica ha pasado de la doctrina Monroe a la doctrina Mero Mero. ¿Quién iba a imaginar que el Chavo del 8 sería tan detestado en México pero tan querido en el resto de Latinoamérica? Igual, Cantinflas pasó de ser sustantivo a ser también un verbo que se utiliza en todos los países de habla hispana. ¿También en Filipinas y en Guinea Ecuatorial?, quién sabe.
Las películas gringas ya no tienen entre sus actores tan solo a nativos americanos, negros y asiáticos, pues la comunidad latina ha crecido tanto que en dicho país se habla español e inglés casi en igual medida. Ahora vemos a latinos en la gran pantalla, pero ejerciendo labores que perpetúan los prejuicios. Bueno, lo mismo sucede en las películas y series españolas; o ¿nos creemos libres de prejuicios? Quizá los prejuicios no distan demasiado de los juicios y los post-juicios.
En Latinoamérica los púberes e impúberes utilizan una mixtura de expresiones coloquiales que tienden hacia una suerte de Torre de Babel, pero al revés.
̶ ¡No, wey!
̶ ¡No mames, boludo!
̶ ¡Pinche culiao!
̶ ¡Pinche chamo!
̶ ¡Pinche parcero!
̶ ¡Chuta, wey!
Y blablablá. Nadie nos dijo que la Torre de Babel era la llegada y no la salida.
La Primera Guerra Mundial la ganaron no los países, sino los apellidos que detrás de los conflictos bélicos vendieron armamento. Los vendedores de armas no tienen nacionalidad y cantan sus himnos al son de los disparos y con la mano en el pecho. Nunca un himno nuevo se parece a uno de los himnos que cantaron antes. Se mofan de todo chauvinismo y de toda causa por la que muchos darían su vida. Los nietos de estas personas son tal vez más audaces y apuestan entre ellos por equipos de países contrarios en los partidos de la Champions. Salen hacia el muelle más cercano y señalan un contenedor sin registro de entrada o salida y entregan al ganador las llaves. El fin de semana viajan al país del padre o de la madre, o del abuelo, o de la abuela, o cualquier otro: ellos son más cosmopolitas que cualquiera que se precie de serlo. Un disparo suena igual en China y en Haití.
Perdieron también las personas y no los países. Esas entelequias que componen los almanaques de geografía son más efímeras que las culturas que estudian los antropólogos. Hablando de entelequias, la Literatura también ganó. Y no fue poco lo ganado.
Entre un Wittgenstein desarraigado del mundo, de la patria y de sus ascendientes, y un Bernhard dolido y dislocado por no poder volver a la locación de su infancia, es ingente la cantidad de humanos dedicados a las letras que experimentaron lo mismo. Bustos caídos de emperadores. Dinero que dejó de circular porque volvió a ser lo que fue en un principio: celulosa convertida en papel sin valor de cambio alguno.
Pero alrededor de todo esto, casi siempre estuvo Latinoamérica a la zaga. Su participación en la Primera Guerra, y en la Segunda, no fue más que en el papel. Papel que al fin y al cabo aguantaba todo lo que sobre él se escribiera y todas las borraduras que se le hicieran. Casi como todo el papel sobre el que se ha escrito alguna cosa. Imaginemos a los mandatarios de esas épocas suscribiendo con su rúbrica un apoyo de papel a las potencias que se dejaron las vidas de sus ciudadanos en los campos de batalla. Quizá se cagaron en sus pantalones al momento de firmar imaginando que cabía la posibilidad de que su apoyo diplomático fuera tomado en serio.
Tal vez en la Guerra fría hubo más protagonismo latinoamericano, pero eso tampoco fue definitivo. Más allá de una pequeña escaramuza debido a unos misiles y las turbas enardecidas que se tomaron las selvas para crear brazos armados beligerantes, Latinoamérica siguió escondida para el mundo. Muchos nos saben de este sitio más que el nombre de futbolistas que hablan portugués y cantantes que ahora cantan en inglés en la mitad del Super Bowl.
Hubo una época en que aunque no sabían el nombre de los países que conforman el culo del mundo occidental, la cocaína que esnifaban sí que era latina.
Después de unos años los tataratataratataranietos de esos hombres que vinieron armados con sobrevestas, quijotes, guanteletes y compañía, irían sin saberlo hacia una conquista inversa del territorio del que salieron la mitad de sus ancestros hacia los océanos ignotos. Claro, esta vez los nietos fueron sin brazales ni grebas. Al llegar a esos territorios cambiarían su dialecto para pasar desapercibidos y se pintarían el cabello de un color lejano a aquel propio de la otra mitad de sus ancestros, esa mitad que siempre intentarían ocultar.
Así, todos en Latinoamérica llegamos a tener al menos un familiar o conocido que viajó hacia el Norte buscando aquello que no hallaron quienes antes viajaron hacia el Sur en Carabelas: El Dorado. Pero la historia es cíclica para los necios. Quienes fueron en busca de aquello que buscaron sus abuelos encontraron lo mismo que ellos.
La ira de Dios sigue siendo la misma, ¡Aguirre!
Jonathan Paúl Alvarez Torres (Quito, Ecuador 1991). Autor junto a José Luis Barrera de Esquiziudades (2018), libro ganador del concurso de crónica literaria llamado por el Núcleo de Pichincha de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Algunos de sus textos constan en antologías de cuentos. Ha escrito ensayo literario y ensayo académico. Artículos suyos han sido publicados en revistas académicas de distinto orden.
