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El cubo celeste

El cubo celeste, a short story by Andrea Aquino

El cubo celeste

Andrea Aquino

Cuando subí al ascensor y ella se metió, un hilo frío me corrió por la espalda. Sus ojos pardos me miraron con desprecio a través de los cristales de lentes antiguos. Despeinada, con muchas prendas superpuestas y de colores incombinables. ¿Y de chinelas? Sí, me desagradó ver sus pies delgados y de uñas largas. ¿A qué piso? –le pregunté con una sonrisa. Me miró con indignación y me contestó con fastidio que iba al séptimo, como si yo tuviese que saberlo. El último piso, yo también iba a ese lugar para subir a la terraza.

El día anterior había hablado con Mabel, la conserje, y con la canillita del quiosco de la esquina. Ambas extremadamente dulces y amables. Pequeñas, yo las miraba desde mi metro setenta y me parecían pigmeas. Otra coincidencia fue su testimonio. Vieron correr a la muchacha por la azotea, luego de los gritos desesperados. La canillita pensó de inmediato en un suicidio porque había hablado con ella unos días antes y sabía que estaba triste por varios motivos, entre ellos un desamor. Mabel me miró en silencio; sus ojitos pequeños, embutidos en una piel arrugada, húmedos por un resfrío mal curado, me decían que algo más había. –Si Susana que vive en el siete, no escuchó nada, es raro. Ella pasa allá arriba, desde que le dieron para vivir ahí porque está mal, baja muy poco (giró el dedo índice un par de veces señalando la cabeza) – me dijo en una media lengua gangosa porque además era mellada.

Revisé las fotos en mi tablet. Su cuerpo cayó y golpeó primero los contenedores de basura, lo que seguramente motivó la extraña postura en la que quedó, parecía que estuviera durmiendo en la calle. Pasé varias imágenes y me detuve en la que dejaba ver el cartel de la esquina, Casio Marinoni y Casimiro Franaro. Pensé que era una escena espantosa para la hora y el lugar céntrico. A las tres de la tarde, aunque es verano, camina mucha gente por aquí, sobre todo por la cercanía de los dos hospitales.

Recorrí la terraza y traté de asomarme para ver desde arriba el lugar por donde “se lanzó” no sin agarrarme con todas mis fuerzas de una columna. Me tembló todo y se aceleró mucho mi corazón. Cuando un nudo en la garganta me ahogó, decidí salir de allí. Me indignaba que algunos compañeros asumieran que mi vértigo era un rasgo delator de mi género. Iba bajando por las escaleras rumbo al ascensor y la vi de nuevo. Venía subiendo con dificultad, traía un balde. Me miró e hizo un gesto con los labios ya torcidos. Me insistió que ella pensaba que tenía que preguntarle a Susana. Si el exmarido de la muchacha, que tenía restricción, volvió, seguro Susana lo habría visto o escuchado al menos.

Una semana después, pasadas las indagaciones a familiares, amigos y, por supuesto, al ex, volví al edificio, esta vez con dos colegas. Desde abajo, con dificultad porque el sol me quemaba los ojos, miré hacia la terraza del cubo celeste. Pensé en seguir indagando en los vecinos de los edificios linderos, alguien que estuviera a la misma altura podría ser testigo. Subimos de nuevo.

Mis colegas quedaron en la puerta de la terraza. Descorrí, para avanzar, algunas ropas colgadas. Muchos palillos en cada una. ¿Tantas prendas de lana en enero? Me pregunté y otra vez, un escozor recorrió mi espalda. La vi mirándome, ofendida porque invadí su espacio. Arremetió contra mí, la esquivé y cayó gritando.

Andrea Aquino

Andrea Aquino (Florida, Uruguay 1976) is a Literature teacher graduated from Instituto de Profesores Artigas in 2002. She works in Secondary at the Zorrilla High School in Montevideo, and, in Teacher Training, at Instituto de Profesores Artigas (IPA). She participated as a speaker at national and international congresses in Uruguay, Chile and Argentina. In February 2020 she graduated from the Master in Latin American Literature (Humanities, UDELAR). She won the second prize in the Primer Concurso literario “Palabras para Idea y Mario” organized by SINTEP Uruguay in tribute to the centenary of Idea Vilariño and Mario Benedetti.