La reina del desfile
Humberto Peralta
Cada año nos damos cita en la calle principal de una pequeña ciudad de México para ver el dichoso desfile patrio. Las fiestas son una institución en ese rancho y es la oportunidad para estrenar vestido, hacer una comida con la familia, ir a la feria, etc. Colorido provincialismo, pero bueno.
Con tiempo, hay que apartar lugar en la acera porque esta se satura a niveles impredecibles. Para eso, se ponen unas sillas amarradas con mecates y cada quien respeta esos límites. Nuestras sillas están casi siempre en el mismo lugar. Cerca, la enorme cazuela donde se preparan las carnitas exhala un aroma delicioso, perturbador de estómagos. La gente empieza a llegar a eso de las 9 de la mañana, ya bien emperifollada. En la casa todo son prisas, nos levantamos temprano para desayunar, las señoras revolotean arreglando chamacos y su look especial para ese día. Hay que llegar antes del cuete.
A las 10 de la mañana, ya sentados bajo sombrillas personales o comunales, esperamos oír el cuete que marca el inicio del desfile. Sí, tron tron tron, se oyen a lo lejos. La avenida tiene tres kilómetros de largo y es sólo una parte del recorrido. Al rato, pasa sonriente y saludando el presidente municipal, acompañado de su señora esposa y el cabildo. Van caminando y a descubierto, sufriendo el sol ya candente a esa hora. Luego viene la escolta del ayuntamiento y para la cual escogieron a mujeres bellas y esbeltas. Luego viene una banda de guerra y atrás de ella un enorme número de alumnos, desde kínder hasta universitarios, pasando acompasadamente frente a nosotros.
Pero yo quería hablar de la Reina del desfile. No me refiero a las diversas reinas que se eligieron para la ocasión, ya niñas de kínder, jóvenes de secundaria o veteranas representantes de la tercera edad y las cuales, desde vehículos variopintos, arrojan todo tipo de golosinas a sus súbditos. No. Yo me refiero a una joven bella, de piel acanelada, que se sienta, como cada año, religiosamente, en la acera de enfrente.
Bajo un toldo muy apropiado, la Reina domina el evento con su sonrisa franca y continua. A veces se pone unos lentes obscuros para limitar el brillo del sol, a veces se los quita. Normalmente trae un pantalón de mezclilla ajustadísimo, botas altas y blusas bonitas. De figura esbelta y proporciones mágicas, la Reina está acompañada por los que creo son sus familiares. A lado está papá, un hombre de unos 55 años, de gesto serio. Por ahí estará mamá. A lado, alguna hermana con un bebé, el cual se pasan de brazos en brazos y ha de quedar bien molido. Este año, la Reina por primera vez lleva a su enamorado. Un joven común y corriente, con una playera del equipo de futbol local y lentes.
Lo que más me impresiona de la Reina es su apetito voraz. Le entra a todo. Mientras los chicos de primaria y secundaria hacen piruetas, tablas rítmicas y pasos redoblados, la Reina consume con frenesí golosinas y comida. Desde pepitas de calabaza, pistaches salados, cacahuates japoneses, gomitas, nueces de papel y chicharrones de harina preparados hasta paletas, nieves y manzanas cubiertas de caramelo. La capacidad digestiva de la Reina es impresionante. La Reina jala al novio, le hace caritas, lo besa con fruición, come de su mano y de su boca. Acá de este lado de la acera también disfrutamos de los aperitivos, pero no en esa proporción.
En la calle, los últimos contingentes representan bravas escenas de la guerra de Independencia, con cañones que hacen horrísono estruendo. Esto ya se está desbalagando, los vendedores se cruzan cínicamente, ya pasaron caballos y algunos de los cuales dejaron caer sus cacas humeantes, pasaron tráileres, tractores y hasta trasvestis. Pero a mí lo que me encanta ver es la evolución de los años de la Reina. Me gusta ver sus risas y que disfruta de la vida, de sus antojos comestibles y del amor. Su belleza continuará por mucho tiempo. ¡Larga vida a la Reina del Desfile!

Humberto Peralta. (Guerrero, México, 1968). Químico y Doctor en Ciencias Biomédicas. Su principal ocupación es la investigación científica, sin embargo, también cultiva la creación literaria. Es apasionado por las letras hispanas e inglesas.