Maritza, te amamos
Marcelo Medone
La primera vez que la vi fue el día en que la internaron. El médico de guardia la había enviado a mi sector. No había venido acompañada por ningún familiar. Según la ficha, Maritza Hurtado tenía setenta años y era un caso sospechoso de Covid-19.
—Me llamo Nancy Pedrozo y voy a ser su enfermera de ingreso —le dije, aferrándole sus frágiles dedos con mi mano enguantada.
—Hola, querida —me respondió, sonriendo, sin inmutarse por mi atuendo de protección personal que se parecía a un traje de astronauta.
—Vamos a tratarla como a una reina, no se preocupe —le dije, mientras le ponía la vía endovenosa y le sacaba sangre para análisis de laboratorio—. Si sintió algún dolor, no lo expresó.
Como no había ningún camillero disponible, la llevé personalmente a rayos en la silla de ruedas, con la cánula nasal conectada al tubo de oxígeno portátil.
Cuando regresamos a la sala de guardia, con las radiografías que mostraban el extenso compromiso pulmonar de Maritza, el doctor Grieco puso la misma cara de preocupación que había puesto yo al verlas. Luego consultó la hoja de enfermería, la auscultó y suspiró.
—Póngala en la habitación 18. Con tres litros de oxígeno para empezar.
Esa tarde pasé a saludarla. A pesar de su evidente dificultad para respirar, me sonrió. Rebuscó en el cajón de la mesita contigua a la cama y me mostró una pequeña foto descolorida. Pude reconocerla, más joven, rodeada por dos muchachos apuestos.
—Mis hijos —susurró. Y se sumió en un sopor profundo, soltando la foto.
A los dos días, el estado de Maritza empeoró y la trasladaron a la Unidad de Terapia Intensiva. Pasé a verla, a pesar de que no era mi sector. Estaba sedada, en Asistencia Respiratoria Mecánica.
Maritza Hurtado falleció una semana después. Durante toda su internación, nadie vino a verla o preguntó por ella.
Recité en silencio una plegaria por su alma y continué con mi interminable trabajo.
Esa tarde, cuando salí del hospital luego de que terminó mi turno, pasé por la pequeña iglesia a la vuelta de mi casa. Me acerqué a la cartelera que habían instalado para recordar a las víctimas de la pandemia. Contemplé las docenas de fotos de gente sonriente y la multitud de mensajes de amor y esperanza. Me quedé unos instantes pensando en cada una de esas personas que ya no están con nosotros y en sus seres queridos.
Tomé la pequeña foto de Maritza con sus hijos y la coloqué en un espacio vacío. A un costado, puse una tarjetita que había dibujado mi hija Emma, de seis años, que decía: “Te amamos, Maritza”, junto con un arcoíris multicolor y un corazón. Nunca habíamos tenido la oportunidad de entregársela.
Esa noche, le conté a mi hija que nuestra amada Maritza se había ido. La abracé a Emma con más fuerza que nunca y lloramos de tristeza y a la vez de felicidad.
Cada domingo, la saludamos a Maritza cuando vamos a la iglesia.

Marcelo Medone (Argentina, 1961) is a medical doctor, fiction writer, poet, essayist, and screenwriter. His works have received numerous awards and have been published in magazines and books, individually or in anthologies, in multiple languages in more than 40 countries all over the world. He has been awarded the First Prize in the 2021 international contest by the American Academy of the Spanish Language with his surreal short story La súbita impuntualidad del hombre del saco a rayas llamado Waldemar (The Sudden Unpunctuality of the Man in the Striped Jacket Named Waldemar).
He has been nominated for the 2021 Pushcart Prize for his flash fiction story Last Train to Nowhere Town.