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Esas voces

A short story by Cristina González.

Esas voces

Cristina González

A pesar de que no quiero referirme a esto, lo voy a hacer para que me dejes tranquilo
no estás exagerando ¿no? ¿no te lo habrás soñado?
no, no fue un sueño y no exagero
y… a veces los viejos lo hacen
igual que los chicos, un viejo transformándose en un chico, me vas a decir ahora
eso sería cambiar el tema
dejémoslo acá
sigamos un rato más, pensá que mientras no puedas ponerlo en palabras, eso te va a seguir atormentando la vida
¡terminala de una vez! ya me arreglo yo con mi vida.
Y no hubo forma retomar la conversación ese día. Logré recopilar un poco de información, me faltaba completarla. Si hubiese sabido le seguía insistiendo, pero elegí ir al río porque hacía calor, lo dejé para más tarde.
Quería que me dijera exactamente lo que había visto ese amanecer antes del despertar, cuando una mano le levantó los párpados y lo obligó a mirar una criatura que nunca fue capaz de reconocer, en ninguno de los sitios de los que le he hecho recorrer. Tampoco quiso describirla porque cada vez que llegábamos al armado de la figura se trababa y se negaba a continuar.
Hacía años que lo intentábamos, primero fue mamá la que se encaprichó en que hablara de ese demonio, como ella lo llamaba, que le había inundado los días, sobre todo las noches, de sueños mal habidos. Hasta que él le dijo, ¡dejame de joder y no me molestes más, respetame que soy tu padre! Nunca lo había visto tan enojado al viejo, un poco se asustó mamá.
Crecí sabiendo de los temores del abuelo. Cuando era chica le preguntaba con inocencia, él me salía con cualquier disparate, yo terminaba llorando. ¡Se armaban cada lío los domingos! No asustes a la nena, y se peleaban todos.
Ahora no me puede impresionar más, pensé, cuando volví al pueblo recibida con título en mano. Alguien debía ser objeto de mi práctica, entonces recurrí al miedo del abuelo para hacer un trabajo que me serviría para el post grado. Podría aprovechar el verano, analizar al abuelo y divertirme con mis amigas, en el río, sobre todo. Tardes enteras pasamos viendo correr el agua, riéndonos a toda risa y arrojándonos desde el acantilado. Lo último que recuerdo es la voz de Meche, te toca a vos, y escuché un ruido nomás pegar el salto y sentir el agua. Fue mi cabeza.

Era invierno, y viste que acá en el pueblo el frío es más intenso, yo percibí ese frío entrándome por los ojos, hasta que logré despertarme y noté que los tenía abiertos, me contó, resignado, el abuelo.
Una mano blanda, fría, gomosa, le sujetaba los párpados obligándolo a ver. La criatura estaba hecha de algas y de humo, con ojos rojos distribuidos por todo su cuerpo, desde donde le colgaban hilachas de baba verde y lo observaba con mirada ardiente. El olor que despedía era ácido, profundo, con salpicadura de metal. Se movía por la habitación buscando algo que no encontró, amenazó con regresar a buscarlo. También hablaba, y narraba un relato invisible. Le exigió que mantuviera en secreto tanto esa aparición como lo que le estaba expresando, que en ese secreto se le iría la vida si lo develaba y las peores desgracias ocurrirían a su alrededor. Regresó todas las veces que quiso y fueron muchas.
No sabe decirme por qué esa figura se exhibió ante él, ni si alguna vez a lo largo de su existencia, encontró una explicación para ello, tampoco sabe qué estaba persiguiendo con tanto interés. No sé, no sé, me dice, afligido y tratando de hallar una razón, y nunca le dije esto a nadie, desde joven he guardado esta angustia para que ninguno sufra el espanto que tengo que atravesar cada vez que aparece.
Le reprocha la obstinación a mamá que, según él, me la contagió a mí, y nunca dejamos de insistirle para que nos hablara con detalle de esa aparición. Si me hubiesen dejado en paz, vos no estarías así; la oscuridad que me narró se irá conmigo, eso no me lo van a poder sacar, afirma convencido. Me mira llorando, el abuelo, y se seca, con su pañuelo arrugado, las lágrimas y la saliva, que no puede contener, y le cae por la comisura de los labios.
De alguna manera vamos a seguir viviendo, abuelo, lo consuelo desde una voz metálica reproducida por el artilugio que traduce el movimiento de mis ojos. Lo único que puedo mover.

Cristina Mabel González

Cristina Mabel González (Argentina) is a professor of Literature, a specialist in Latin American Literature and Specialist in Women and Gender Studies. She has been published in literary magazines and anthologies.

One reply on “Esas voces”

Qué relato más inquietante. El silencio del abuelo, el ambiente que se va tensionando, la delicada línea entre lo real y lo fantástico. Suspenso muy bien llevado hasta el final. Excelente

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