LA VIOLENCIA ESTÉTICA EN EL ARTE
Beatriz Jimena Hernández Ochoa
“Lo bello es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar”.
Rainer María Rilke
Me encontré, contemplándome desde lo externo ante una obra mirándome a través de mis entrañas. Susurraba con cuidado desde sus colores para atraer mi atención a un recuerdo que pensaba ya olvidado, escondido de todos y oculto en mis pensamientos. Sin embargo, se reveló debatiéndome mi propia existencia desvaneciendo lentamente su forma para hacerse espejo de mi rostro, motivo de mis manos y razón de este andar. Habitaba así, un latido presente con cada segundo mientras observaba y crecía con el paso del tiempo, en el cual, permanecía quieta a la espera de un llamado. Dentro de mí, la calma y la furia emergían como una misma sensación, tan cálida como el consuelo y tan vivaz como la agonía. Ahí, mientras la obra me retrataba se colapsó mi mundo, regresándome una parte de mi Ser aguardando desde la penumbra.
El arte, es una manifestación humana que nos ha acompañado desde los inicios de la humanidad (Gombrich 1997), ha sido un vehículo de expresión desde lo sensible y perceptible a través de los sentidos, los cuales nos conducen a vivir por momentos lo impensable y nos arrojan a mundos que escapan de nuestra cotidianidad (Bueno 1983). La cualidad estética en que el arte ha sido plasmado por los artistas ha dependido de varios factores, desde la propia visión del artista en su modo de ver el mundo, así como la interpretación simbólica de la realidad1 . En ese arrojo interno develador de sentidos se emana una verdad entre el anhelo de ser encontrada. Ese resultado, por tanto, tendrá sus aristas de posibilidad existentiva para la apreciación y contemplación artísticas. Si bien, encontraremos ahí la existencia de ciertas categorías, ayudándonos a entender el arte desde distintas perspectivas (Bueno 1983).
Por ejemplo, al hablar de lo bello en la pintura, usualmente hacemos alusión a los contenidos estéticos que denotan formas sutiles, colores cálidos, pinceladas suaves y tenues. Con ello, es posible que se arroje a nuestra mente un cuadro de una naturaleza muerta, un paisaje, o un Degas con sus icónicas bailarinas. Pero, si pensamos en otras categorías, como lo siniestro, encontraremos una vertiente en donde los contenidos son crudos, escandalosos e impactan directamente al espectador. No se limitan para mostrar desde la crudeza la tragedia traslucida en un impacto visual. Su vitalidad es por tanto provocadora e incitadora, tal como si la obra supiera el efecto ofrecido mientras aguarda con paciencia para disfrutar de la reacción de aquellos ojos que están en la mira.
En este sentido, hablemos de lo bello y lo siniestro; en función de la violencia expuesta en esta última categoría estética. Primero, me gustaría entender aquí a la violencia como un daño en la explosión de una situación, aquellas expresiones simbólicas que hacen uso de la tragedia, del drama, y de nuestras emociones incómodas. La estética, procuro entenderla como la ciencia del conocimiento sensitivo (Bayer 1998), ya que estudia no sólo la belleza contenida en aquellas manifestaciones artísticas, a su vez clasifica y dirige el análisis para poder comprender la obra de arte. Por ello, al enunciar lo siniestro desde la visión estética, debemos remontarnos a las categorías estéticas y lo permisible dentro de la expresión artística, la libertad del artista y los estilos que cada época artística ofrece. Será de ese modo, acompañados de nuestra expresión sensible en donde podremos percibir la intencionalidad de la obra y recrear en nuestra apreciación a la obra en sí misma. Con ella, los valores estéticos circundarán más allá de lo pensado dentro del juego del arte, siendo así partícipes de una atmósfera en un mundo dentro de la obra y las emociones que nos ofrece para nuestro propio organismo. Aunque, lo que se nos presenta en obras tales como el “Saturno devorando a su hijo” de Francisco de Goya, “La violación” de Degas o “Judith y Holofernes” de Caravaggio, será una apreciación estética de la técnica, así como la valoración de los contenidos desde un sentido artístico y no precisamente moral.
El valor estético es en-sí-mismo (Pochat 2008), puesto que no es lógico sino estético (Kant 2014), de tal suerte, el sujeto ve de qué modo se ve afectado por la representación, misma que como espectadores nos encapsula en ese universo de posibilidades ontológico-estéticas para denotarnos una visión compartida. He ahí una experiencia estética, entre el placer y el goce que conllevan un vértigo (Trías 1982). Por lo tanto, lo siniestro constituye una condición y límite de lo bello, es decir, es condición y límite dado de modo orgánico dentro de la representación y al crear en nosotros una reacción humana. Lo siniestro, produce esa experiencia, aunque sea repulsiva, debido al juego del arte en donde uno no decide a qué se va a enfrentar, esta movilidad estética nos tendrá a la luz de lo inesperado y será en nuestra contemplación en donde veamos su regalo óntico, ya sea desde la visión del artista, de la época y de nosotros mismos. Ante ello, Kant nos menciona la posibilidad del arte de poder tratar cualquier asunto y promover cualquier sentimiento; independientemente de la moralidad o del horror (Kant 2014). Por ello, no juzgamos lo que el arte muestra en sí por la violencia, al contrario, nos muestra de modo estético la violencia producida desde la mano del artista: Nos violenta para sentir y comprender lo artístico.
Como se ha mostrado, ante la violencia expuesta en creaciones artísticas podemos constatar su belleza estética, que ciertamente incomoda, pero nos pone a prueba cuando reaccionamos desde lo sensible. Por lo tanto, la obra no pierde su valor estético por la violencia expresada en ésta, más bien, es otro medio de la manifestación para recrearlo. El artista, toma desde sus propios recursos la imagen sensible de una idea y la plasma con intencionalidad, saca de sí mismo la tragedia que lo aprisiona y libera en la obra un fragmento de sí mismo; el drama de vivir. Lo siniestro, se mostrará como lo inquietante, lo extraño y develado, aquello que al mismo tiempo esconde un deseo desde nuestra naturaleza humana. Es posible verlo incluso como un develamiento de nuestra propia condición antropológica.
Quizá desde lo interno podemos comprender por qué se desata esa violencia tácita y no necesariamente deseamos cometerla. No obstante, muestra algo de nuestro propio Ser que comprende nuestras potencias humanas y quizá en ello nos sentimos identificados. Esta categoría estética y la violencia contenida en ella nos resulta de un modo crudo: familiar.
Sin embargo, para la cuestión estética, lo importante será realizar un análisis de las formas y las sensaciones desde la semiótica del arte (Bayer 1998), y así poder juzgar, entendiendo la conciencia como un estado del sentimiento (Kant 2014). Desde esa perspectiva, la violencia expresada en el arte sí es estética, por un lado, al despertar emociones desde lo posible, en donde los sentidos sensoriales favorecen este tipo de experiencia. Por otro lado, al contener una simbología semiótica de la obra representada gnoseológicamente en su naturaleza antropológico-social. Por ello, la incomodidad fundada en nosotros no desvaloriza a la obra, de modo que esta sensación será uno de sus efectos “esperados” en la categoría siniestra con violencia estética. La obra, como lo menciona Kant en la Crítica del juicio, genera cualquier sentimiento y eso la hace estética, precisamente su esencia provocativa le otorga una esencia reveladora. Ante ello, recordemos que la experiencia del asco sí está excluida de un goce estético, siendo éste el límite de lo bello en las manifestaciones artísticas, lo cual, nos opone con una violencia no-estética, mientras que la violencia en lo siniestro expresa un contenido extra-artístico y válido en su representación.
Al ser lo siniestro el límite de lo bello, implica que éste debe permanecer de cierto modo expresado con sutileza, por esa razón, al ser revelado en totalidad puede desmantelar el efecto estético y por tanto su noción contemplativa no será considerada dentro de los elementos de los bello (Trías 1982). El artista, por su parte, juega con esos elementos desde su creación, conoce como espectador de su propia obra el horizonte de comprensión conferido, de cierta manera se adelanta imaginariamente a la reacción contemplativa. Con lo anterior, podemos apreciar lo maravilloso del arte, el cómo en sus formas y contenidos expresa una intencionalidad, pero a su vez oculta otras que se mantienen en una suspensión. Coexiste aquí, un velo ilusorio de matices artísticos y sensibles. Mismos que procuran en la obra de arte la posibilidad de ser comprendida y soportable.
Como ejemplificación concreta de la violencia estética del arte, me gustaría proponer tres obras, la primera, es la obra “Saturno devorado a un hijo” (Goya 1823) de Francisco de Goya.

La cual, es una obra mural de la colección de las denominadas 14 pinturas negras del artista, nombradas de ese modo por contener elementos oscuros desde la técnica hasta la simbología. La obra en cuestión, relata desde el sentido mitológico a Saturno, Dios del tiempo, devorando a uno de sus hijos ante el terror de que ellos fueran más poderosos que él. Aunque la visión es cruda y cruel en una primera contemplación, posteriormente podemos apreciar una melancolía en la mirada de Saturno, sus ojos desorbitados y su corporalidad denotan tristeza. A pesar de ser un acto desgarrador él también está sufriendo. Por ese motivo, me recuerda por momentos a las acciones humanas cometidas con crueldad al sentirnos acorralados, cuando el temor nos impulsa a comportarnos como bestias y quizá mientras devoraba a su hijo se iba arrepintiendo. Aunque, ya era demasiado tarde, no había vuelta atrás. Irónico que el Dios del tiempo no pueda reiniciar sus acciones, aunque sobre el proceso hubiera identificado su error. Lo anterior, se sostiene por el dolor expresado en su rostro al no haber satisfacción en sus actos.
Ahora bien, la razón de emplearla dentro de nuestro análisis recae no sólo en su belleza estética desde la visión técnica del artista. En este sentido, la pincelada puede incluso considerarse violenta, por la manera en cómo el artista plasma la conexión desde su sensibilidad e intencionalidad. Por otro lado, desde la visión de lo siniestro podríamos pensar en la existencia de un filtro, que en su propio plano muestra una realidad representativa, de contenidos humanos con la posibilidad existentiva de acontecer, dejando entrever una luz de crueldad. A su vez, muestra nuestra propia naturaleza humana, es decir, el conjunto de acciones capaces de cometer como humanidad. Es, por tanto, el arco del arte como imagen de nosotros mismos confrontando nuestras oscuras sensaciones.
La siguiente obra que me gustaría utilizar como ejemplificación es “Judith y Holofernes” (Caravaggio 1599) de Caravaggio, la cual, muestra una escena cruda de un asesinato, entre un dramatismo intenso.

Judith, con ayuda de una criada, degüella al general Asirio Holofernes. En un primer vistazo pareciera concurrir una determinación profunda en su acto, e incluso su lenguaje corporal muestra firmeza, en un segundo momento, podemos apreciar cómo la criada titubea y muestra miedo en su mirada, la misma Judith revela una expresión de repulsión e incomodidad. Aunque ambas supieran que sus acciones eran para un bien mayor aun así condenaban su propio actuar. Mismo, que lo realizaron en favor de una mayoría. Tal vez, deseaban que las injusticias de Holofernes terminaran, a pesar de no encontrar otra salida para terminar con el tirano. Este cuadro tiene un contraste con la obra de la pintora Artemisia Gentileschi, quien años después a la obra de Caravaggio crea su propia versión, la cual, aunque relata el mismo acto lo muestra desde otra perspectiva, con una visión en donde Judith y la criada casi parecen disfrutar el acto, como cometiendo una venganza. En sus rostros, se puede ver el rencor y el odio hacia Holofernes. Ambas obras hacen estéticamente el uso de la luz y el cuidado en la delicadeza de las formas, incluso, la paleta de colores es similar. No obstante, en el caso de la obra de Caravaggio lo siniestro parece mostrarse con mayor intensidad. Puesto que no parece tan intencionada la acción por la expresividad de los rostros, deja ver algo no develado completamente adentrándonos a un misterio en la interpretación.
La tercera obra a la que deseo hacer mención es “La violación”- “Interior” (Degas 1869) de Degas, ésta; nos muestra una escena perturbadora con un matiz agresivo, de una violencia que aún no sucede y pronto acaecerá.

Desde la visión como espectador, persiste un suspenso en la obra, uno puede interpretar la atmósfera y percibir un ambiente de sufrimiento, el miedo de la corporalidad de la joven nos hace empatizar por su situación, a la vez, surge en nosotros la impotencia una vez que intuimos la proximidad de una violencia, mientras no podremos hacer nada para salvarla. En el juego estético de la composición de la obra, podemos ver cómo la luz hace efecto de reflector iluminando la escena para dirigir la atención a la joven que muestra vulnerabilidad. Entre las sombras, la figura del hombre observándola, disfrutando del momento antes del caos. En la expresión del sujeto no existe duda, tampoco en su lenguaje corporal. De hecho, muestra poder sobre ella poseyéndola con su misma presencia. El terror más dramático del cuadro subyace al descubrir una violación ocurrida aún antes de que suceda explícitamente.
Este tipo de violencia expresada en las tres obras nos conduce a entender lo más oscuro de nuestro Ser, de ahí que ninguna de estas escenas sea una ficción en nuestra historia humana. Las obras, pueden gustarnos por su manifestación estética en la técnica, por su contenido simbólico o por el morbo emanado. Con ello, me parece que su clasificación encaja perfectamente dentro de lo siniestro al ofrecer aún un límite de lo bello. No generan esa náusea destructora del efecto estético, pero sí ofrecen ese vértigo magnético. No nos equivoquemos al pensar que el gusto estético ante estas manifestaciones artísticas nos hace aplaudir actos de violación, de homicidio o de canibalismo, no es el argumento deseado. La premisa aquí circunda en la idea de que aun mostrando contenidos violentos en el arte no deja de permanecer en la obra un sentido y goce estéticos. Los cuales, nos producen una sensación caótica de arrebato ante nuestras ideas, golpeando la disposición afectiva para adentrarse a nuestra intimidad.
La violencia mencionada tiene la intención de comunicar algo, no se muestra sin un fin. Puesto que, al ser comunicada sin objetivo rebasaría el límite de lo estético y quedaría expuesta como una falsa composición. Es decir, hasta para mostrar violencia en el arte es necesario tener un sentido estético y tener una fundamentación artística (Heidegger 1958). Los límites de lo bello hacia lo siniestro son claros en la validez estética en el arco interpretativo. Por ende, se necesita controlar desde el juego del arte el peligro inminente de la violencia real y hacer uso de un filtro que permita la apreciación artística en vez de reducir los contenidos a algo fuera de control (Trías 1982). El artista, por tanto, debe ofrecer su propuesta en esta violencia expuesta y controlada -con filtro-. No es una violencia “real”, y no precisamente el pintor se autocensura, más bien porque es un cuadro; no es real. Sin embargo, en esa representación se vuelve presentación de la violencia y no violencia en sí misma, por ello, no nos desensibiliza la violencia en el arte. Por su parte, sí lo hacen las notas rojas del periódico. Entonces no es la crudeza, es la intencionalidad de lo mostrado, la forma, el fin de éste y lo que nos hace sentir. La violencia en el arte confronta nuestros sentidos abriendo camino a la interpretación, mientras la violencia en los medios no nos ofrece nada para interpretar; ha rebasado el límite.
Lo siniestro, aunque parte de lo bello, no se queda restringido a esta categoría, avanza y se muestra con su luz propia. Gracias al entendimiento del arte podemos identificar en el goce estético una obra siniestra y valorarla artísticamente (Kant 2014). Incluso, me atrevo a afirmar que lo siniestro logra una ruptura con la cotidianidad artística -por así decirlo-. Como espectadores, nos acostumbramos a observar obras de arte que nos muestran contenidos agradables y sutiles. Cuando salimos de este esquema y nos encontramos en una atmósfera distinta experimentamos un nuevo escenario al cual nos arrojamos buscando los límites de lo bello (Trías 1982). Al revelarse, nace en nosotros el sentimiento de lo siniestro, el cual nos completa, nos arroja a la obra en un zambullido ontológico. Desde nuestra mirada existencial la obra se revela ante nosotros para invitarnos a una nueva manifestación de nuestras emociones, y así, mientras podamos soportarlo lo apreciaremos como nuestro, siendo ya parte de nosotros como velo de nuestra humanidad.
Para poder contextualizar este último punto, me gustaría hacer uso del concepto de Unheimlich, empreado por Freud, quien lo define como “…sensación de espanto que se adhiere a las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás” (Trías 1982). Lo cual, nos permite interpretar por un lado la existencia de temáticas y/o contenidos empleados en el arte que nos pueden ser familiares desde nuestra condición humana. Naturalmente, cohabitamos un mundo y realidades desde nuestros horizontes de comprensión somos capaces de entender. Por otro lado, nos ofrece un sentido de lo oculto, tal como lo expresa Schelling al mencionar que “lo siniestro es aquello que, debiendo permanecer oculto, se ha revelado”. Al manifestarse, nos recuerda algo familiar, pero oculto. Por consiguiente, lo siniestro se muestra extraño, posiblemente al ignorar nuestro estado natural. Cualquiera de nosotros podría cometer alguna de las acciones mostradas en las obras pictóricas previamente mencionadas, al observarlas lo sabemos, nos recuerda quiénes somos y aunque nos pone a prueba en lo mentado, nos da un alivio no pertenecer a esa realidad expresada.
Lo siniestro en el arte, de cierta manera habla por toda la humanidad. Permite al artista canalizar aquellas ideas que alguna vez han pasado por nuestra mente como temores o como deseos reprimidos. Es posible que lo siniestro, como límite de lo bello, nos consienta dar un vistazo de nuestro acontecer sensible, recordándonos la posibilidad de experimentar otro tipo de emociones negadas en nosotros mismos. Ciertamente, en el arte bello nos encontramos en una posición cómoda y conocida, que no nos permite ir más allá del juego de la interpretación, tal como si lo expresado dejara ver sus contenidos con sencillez y difícilmente se interpretara algo distinto entre los espectadores. A saber, en lo siniestro, el juego de la comprensión nos incomoda, aunque nos sea común lo que vemos ha permanecido oculto por no contener una habitualidad. Ante ello, no sabemos cómo reaccionar, cómo sentirnos al respecto. Incluso, me atrevo a afirmar la posibilidad de juzgarnos a nosotros mismos si disfrutamos de la obra sabiendo que sus contenidos son violentos.
Por tanto, la violencia estética en el arte es una manifestación de lo siniestro, que desde el sentido trágico genera un orgasmo incómodo, remontándonos hacia nosotros mismos (Gadamer 1991, p.96). La manera en la que el arte se desarrolla permite una contemplación de vida trascendental en la temporalidad histórica y en el devenir cultural de una sociedad que se une bajo una manifestación sensible. Es ahí, donde la visión categórica del arte rompe el paradigma de los cánones creando nuevos esquemas para conceptualizar las ideas, desglosar las emociones e invitar al espectador a ser partícipe del juego del arte. La violencia, acompaña nuestro espíritu humano desde lo posible, en una lucha entre nuestra catarsis contemplativa y el goce estético.
1 Retomamos en un orden distinto el cuadro de definiciones que presenta W. Tatarkiewicz, Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética, Madrid, Tecnos, 1987. Capítulo I, pp. 56-61.
Bibliografía
Bayer, Raymond. Historia de la estética. México: FCE, 1998.
Bueno, Miguel. Principios de estética. Ciudad de México: Patria, 1983.
Caravaggio. «Judith y Holofernes.» Judith y Holofernes. Palacio Barberini : Óleo sobre lienzo, Barroco de 1599.
Degas, Edgar. «La violación .» La violación . EEUU: Museo de arte de Filadelfia , Óleo y lienzo de Impresionismo de 1869.
Gadamer, Hans-Georg. La actualidad de lo bello . Barcelona: Paidós, 1991, p.96.
Gombrich, Ernest. La historia del arte. New York: Phaidon, 1997.
Goya, Francisco de. «Saturno devorando a un hijo .» Saturno devorando a un hijo . Museo Nacional del Prado: Óleo sobre revoco trasladado a lienzo , Romanticismo de 1823.
Heidegger, Martin. Arte y poesía . México: FCE, 1958.
Kant, Immanuel. Crítica del juicio. Madrid: Minimal, 2014.
Pochat, Götz. Historia de la estética y la teoría del Arte. Madrid : Akal, 2008.
Trías, Eugenio. Lo bello y lo siniestro . México: Lectulandia , 1982.

She has a BA in Dramatic Arts and BA in Philosophy from UMSNH in Morelia, Michoacán, Mexico. She also holds a Master’s degree in Critical Thinking and Hermeneutics from UAZ in Zacatecas, Mexico.