¡Mi amor!
Luis G. Torres Bustillos
—Mi amor —dijo Laura.
—¿Perdón? —contestó Vicente, distraído.
—Que me hagas caso —insiste Laura—, haciendo cara de ofendida.
Vicente quita la vista de la pantalla. Después regresa a mirarla de nuevo, oprime un botón del teclado para guardar su información y gira sobre la silla de rueditas para ver a Laura de frente.
— ¡Ya? —insiste Laura. Está definitivamente molesta.
Vicente se para y se acerca a ella, tratando de abrazarla. Ella cierra los ojos y se mantiene inmóvil.
—Laura, estoy acabando con este trabajo. ¿Qué pasó?
—Mi amor —repite Laura, ahora dulcificando la voz—. Ya tengo toda la tarde aquí y no me haces caso. Dijiste que solo trabajarías un momentito en eso para enviárselo a tu jefe, pero ya tardaste mucho.
—Mi amor… —repite Vicente, cerrándole un ojo al tiempo que le dedica una sonrisa, volviendo al trabajo.
Laura conoció a Vicente en una fiesta a la que fueron invitados por Janet, amiga de ambos. Janet trabaja en el mismo despacho que Vicente, como secretaria. Vicente es Administrador de empresas y tiene un buen puesto en el negocio de importaciones desde hace unos años. Janet conoce a Laura desde hace tiempo, por una de sus hermanas, que fue compañera de Laura en la escuela comercial Pitman del centro.
Laura nunca fue destacó en la escuela por su desempeño, pero sí por su linda figura y sus ojos claros. Es una chica de buenos modales, viste bien y siempre dice las palabras correctas, con esa dulce vocecita que tiene. A Vicente las cosas no le han llegado de gratis. Estudió en la Universidad con muchas dificultades, a veces dejando de lado fiestas y diversiones, para alcanzar las mejores notas y poder empezar a trabajar, aun antes de estar titulado. El trabajo en el despacho no es fácil, pero él ha sobresalido por su seguridad, su dedicación y su don de gentes.
—Mi amor —dice Laura nuevamente—. Si no me haces caso me voy a ir. Mira que tenía invitación de las muchachas para ir a comer helados esta tarde, pero como quedé de verte a ti…
—Ya no tardo nada —asegura Vicente sin siquiera mirarla.
—Está bien —dice Laura muy quedo, de manera que ni Vicente que está cerca puede escucharla.
Pasan unos minutos y ella se levanta del sillón en el que estaba sentada, se alisa la falda, toma su gabardina, se la pone encima y guarda el teléfono móvil en un bolsillo. Se acerca a la puerta sin que Vicente escuche sus pasos sobre la alfombra. Cuando ya está cerca de la puerta, la abre y sale, cerrándola tras de sí, sin hacer ruido.
Vicente se percata entonces de lo sucedido, se para y va hasta la puerta. Se para en la entrada y ve a Laura que camina despacio hacia la calle. Entonces la llama.
—¡Laura, ven acá, no me hagas esto!
Ella se detiene y voltea a mirarlo. Está satisfecha con el efecto de su abrupta salida, pero aún quiere tensar más la situación. Se arregla el pelo y desde donde está le dice:
—Creo que no tienes tiempo para mí. Mejor nos vemos otro día, mi amor.
—¡Laura, ven acá ahora! —grita Vicente, ya un poco descontrolado. Sabe que tiene que calmarse, pero le cuesta mucho trabajo. Inspira y expira.
Vicente recuerda entonces cuando era pequeño y su padre llegaba enojado y cansado a casa. Entonces desquitaba su ira con el primero que se le pusiera enfrente, ya fuera su madre, él, o cualquiera de sus hermanos. Las cosas en casa nunca iban bien. El problema siempre tenía que ver con el dinero. Era común que los pleitos empezaban porque no había dinero para comprar lo esencial. Porque las deudas se acumulaban y no había manera de resolver la situación. Vicente sufría cada vez que su papá entraba gritándole a la madre.
Él lo escuchaba todo desde la habitación contigua y su reacción era ponerse en cuclillas y taparse con las manos los oídos. Esas escenas eran comunes en casa.
Vicente vuelve a respirar, mira a Laura que ha vuelto a empezar a caminar, pero muy despacio. Entonces con una voz muy distinta le pide que regrese.
—Mi amor, ven acá, podemos hablar, ¿no?
Laura disimula su sensación de éxito y empieza a caminar en dirección a Vicente, que tiene la cara descompuesta. Esta tenso y sus ojos aún son de súplica. Ella sabe que tiene el control. Vicente es un buen muchacho, pero tiene que enseñarle quién manda. Conforme Laura se acerca a la casa y a Vicente, se relaja y sonríe, con esa sonrisa amplia y falsa que tanto ha utilizado con su novio.
Vicente la abraza, cerrando los ojos. Ella mira a otro lado, fría, calculadora, triunfante, diciéndole:
—Mi amor…

Luis G. Torres Bustillos was born in Mexico City in 1961. Now retired from teaching and research, he lives in Cuernavaca, Morelos. He has recently published in some thirty electronic magazines such as ZOMPANTLE, PLUMA, KATABASIS, LETRAS INSOMNES, and LETRAS INSOMNES.
He published three books of stories: Pequeños Paraísos perdidos, Sin Pagar boleto, and Inquietante. He is a graduate of the Escuela de Escritores Ricardo Garibay, in Morelos.